Ellas no se encuentran privadas del alimento, sino muy por el contrario. Sin embargo, se niegan a comer, aunque esto implique, como en ocasiones de hecho ocurre, literalmente morir.
Por Claudia Durán *
Quedamos atónitos, sumamente impresionados, cuando vemos en la televisión, los diarios o internet, las imágenes que muestran jovencitas con un cuerpo casi cadavérico, que han llegado a ese estado por negarse sistemáticamente a comer.
La sensación que nos invade, es la de no entender nada de nada, al igual -y lamentablemente- que tantos seres humanos, poseen un estado de desnutrición severa; pero a diferencia de éstos, ellas no se encuentran privadas del alimento, sino muy por el contrario. Sin embargo, se niegan a comer, aunque esto implique, como en ocasiones de hecho ocurre, literalmente morir.
Empezamos a entender que en el ser humano, el instinto en tanto tal (conjunto de pautas que contribuyen a la conservación de la vida del individuo y de la especie) se encuentra abolido. Que hasta el hambre, que es una cualidad tan primaria, depende del apetito, del deseo de comer. La anoréxica lo ha perdido, "perdió su apetito".
Este trastorno severo de la alimentación provoca entre quienes la rodean, especialmente en su entorno más cercano (madre, padre), la desesperación, el no saber qué hacer con ella y con ellos mismos. Sus padres no saben, justamente, porque ya hicieron todo lo que sabían, y cada día que pasa oponen con más énfasis a la cadaverización de la que son testigos, su deseo de que ella viva; el alimento queda, como consecuencia de esto, realmente desplazado y rebajado a la categoría de un simple medio para lograr lo que a todas vistas, ahora, a ellos les resulta fundamental : que viva.
Cuando un sujeto humano provoca un hecho tan enemigo de la vida como el que estamos haciendo mención, se torna indispensable que haya también un otro que pueda hacer del mismo una lectura.
Dicha lectura, desde el sentido mencionado, no se la podremos pedir directamente a la persona enferma, justamente porque está enferma y tiene esta capacidad bloqueada, ni a los de su entorno más cercano que, como nombráramos recién, nos confiesan que tampoco pudieron ni pueden hacerla.
En principio, resulta importante situar que en estos casos extremos es evidente que deberemos acudir a los médicos nutricionistas, por ser profesionales indispensables para equilibrar no sólo la ingesta sino al propio organismo, en tanto ha entrado en un severo deterioro de sus funciones, pero también será necesario indagar y trabajar con los laberintos de la psiquis humana, por tratarse de un grave desórden psíquico.
Si bien cada caso es particular, es así como lo deberemos abordar, con el fin de descifrar qué ha pasado en la historia singular de ese sujeto para que haya desembocado en este terrible atolladero, existen también otras razones de índole más estructural que estos casos nos muestran. Y es por este motivo que a partir de aquello que la anoréxica nos da a ver, nos habilitaremos a producir una lectura muy significativa: estos sujetos a los que estamos haciendo referencia, que padecen esta patología en un grado tan peligroso, efectúan una búsqueda desesperada (con un costo elevadísimo) que intenta poner en primer plano aquello que desean: que no se los relacione solamente al campo de la necesidad (léase, comida/ organismo/ órganos/ funciones), sino y fundamentalmente al hecho de que son ellos, como subjetividad -ni su carne, ni cualquier carne, aunque sea comestible- los que resultan vitales para significar la existencia de las personas de su entorno más íntimo, único modo de que la vida para cualquier ser humano cobre un sentido. Recordemos que con su fisonomía cadavérica provocan, decíamos, que dejemos de pensar en los alimentos y que sólo clamemos para que vivan.
Este desciframiento, producto de la lectura que hacemos de lo que la anoréxica nos muestra (sin saberlo), resultará para el abordaje de estas psicopatologías su llave maestra. Consecuencia de lo antedicho, nos privará -en principio- a nosotros, los profesionales, de ofrecer dispositivos que ubiquen tanto a la comida, al control de su ingesta, como al peso corporal en el centro de la escena, porque si lo hacemos estaremos desplazando a la subjetividad de quien ha caído enferma del papel protagónico que le concierne, y que la anoréxica defiende a muerte; a veces, lamentablemente, lo hace al pie de la letra y muere.
Por ello, a lo relacionado con los alimentos, los nutrientes y el funcionamiento del cuerpo, ofertaremos a quien se ha enfermado tan delicadamente, nuestra presencia (que no es sin cuerpo), nuestra escucha y nuestra capacidad de lectura.
Este primer acto de lectura que hacemos conlleva a una interpretación de aquello que para estas personas, que sufren una anorexia tan grave, está en deficit: la noción de que las precisamos y de que por eso mismo las ayudaremos a que puedan abrir su boca, no sólo para alimentarse sino, y fundamentalmente, para producir palabras que nos permitirán ir descifrando las causas de por qué han caído en este abismo. Y si lo hacemos es porque deseamos que primordialmente sean ellas quienes las entiendan.
Así, nosotros habremos dado el primer paso, porque pudimos leer a través de lo que ellas no dejan de mostrarnos, que "su kit" no pasa por la comida. No es seguramente un acto suficiente, pero sí profundamente necesario para su curación.
Mientras tanto, y porque la alimentación comienza a quedar ubicada en otro estatuto, se abren verdaderas chances para que estos sujetos que nos ocupan, y de los que hemos venido haciendo mención, puedan empezar a comer de manera humana: con apetito, con deseo de comer.
* Dra Claudia Durán - Medica Especialista en Nutrición - M.P: 16404 - M.N: 73561
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mostrar detalles 01/01/99 |
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